En vuelo libre por Caracas
Llega el final de una nueva tarde caraqueña, y con ella contemplamos cientos de guacamayas extasiadas en vuelo libre, revoloteando y jugando, con su parloteo incompresible, surcando en forma majestuosa el cielo de la Gran Caracas.
Sobre esta metrópolis, enclavada en este hermoso valle,
estas aves exóticas han hecho su nuevo hábitat, escogiendo como uno de
sus principales nichos el Paseo de Los Próceres y Los Ilustres, pasando
por el Parque Francisco de Miranda y otros espacios verdes del sureste
de la ciudad, hasta llegar al eterno y vigilante protector, el Waraira
Repano. Todo un espectáculo verlas en vuelo rasante abriéndose paso
entre los grandes edificios, cuya presencia desde hace tiempo dejó de
serles extraña.
Esto hay que interpretarlo literalmente, porque hoy su
hábitat natural ya no es solamente el bosque tropical húmedo del
Amazonas o el Delta del Orinoco. Es un fenómeno muy particular que
ocurre en una ciudad que a pesar de su ruidoso y pesado tránsito y de
ser una "selva de concreto" que se extiende y ocupa prácticamente todo
el fondo del valle, es hoy el refugio más seguro que han conseguido
estas aves para perpetuar su especie.
Cambiaron la palma de moriche por los espigados chaguaramos
de Caracas, tal como lo hicieran, aunque por razones muy distintas,
tantos compatriotas que migraron del campo venezolano desde la década
del 50, abandonando sus tierras, su hábitat y hasta su familia,
empujados por la más cruel pobreza y las expectativas de un futuro
mejor.
Lamentablemente, lo que consiguieron fue engrosar los
cordones de miseria y los ranchos de cartón. Para esos venezolanos fue
mucho más difícil sobrevivir y adaptarse a esta vorágine que a nuestras
aves del paraíso. Al igual que las guacamayas, los campesinos llegados a
la ciudad fueron cautivos del capitalismo, de una sociedad que los
rechazaba negándoles su integración para terminar convirtiéndolos en los
"marginales" de la ciudad.
Gracias a la aparición del gigante Chávez muchas cosas han
cambiado, y esos compatriotas que llegaron de tan lejos echaron sus
raíces y hoy son protagonistas de la construcción de la nueva Venezuela
socialista, solidaria y humanista; aquella que emerge justamente desde
esos cerros "cubiertos de gente", pero con un verdadero rostro humano,
que dejaron de ser invisibles para tener voz y poder ser escuchados como
las guacamayas.
Valdría la pena preguntarnos, ¿y cómo llegaron las
guacamayas a Caracas? ¿Por qué la ciudad es hoy es uno de sus refugios
más importantes en el país? Lo que está claro es que no ha sido
simplemente producto de un largo y tedioso vuelo y que por un asunto de
azar las ha posado sobre este espacio, ya que no debemos olvidar que las
guacamayas no son aves típicamente migratorias.
Lo más probable es que hayan llegado en una caja agujerada,
en una jaula, una maleta, en un morral o cualquier otro contenedor de
un nido expoliado de su lugar de origen, como mascotas o animales de
exhibición, para formar parte de una familia de esas tantas que existen
en nuestro país, o fuera de él, que aún se empeñan en tener enjaulado un
animal que nació para ser libre.
Qué tristeza es verlas pasar repentinamente de su vuelo
altivo y colorido a la pesadumbre y descolorido aspecto cuando se
encuentran recluidas en una casa o apartamento, en una pequeña jaula que
aprisiona sus alas casi sin permitirles moverse, y sometidas por
inconsciencia o desconocimiento a interminables torturas lumínicas y
sonoras que terminan deformando su cuerpo e incapacitándolas para volar.
No es sólo una cuestión de sensibilidad por la naturaleza;
para el capitalismo todo es una mercancía. El tráfico y el comercio
ilícito de especies ha sido una de las principales causas, junto a la
pérdida de su hábitat, de la desaparición irreparable de muchas especies
en el planeta.
Vale la pena recordar en este momento algunas de las
especies de nuestra fauna autóctona que se encuentran en condición de
riesgo, vulnerabilidad o en peligro de extinción. Me refiero al caimán
del Orinoco, el caimán de la costa, la tortuga arrau, el oso frontino,
el tucán, el cardenalito, los dantos y los venados caramerudos.
Gracias a Chávez muchos venezolanos tienen como un
referente iconográfico y cultural al caimán del Elorza en el estado
Apure, aquel que dentro de la cultura llanera llamaban "El Patrullero".
Nuestro Comandante siempre nos relató esas vivencias o leyendas, que nos
permitían acercarnos a esos mágicos parajes del llano venezolano y su
fauna más característica.
"El Patrullero era un caimán 'cebao' en el paso del río
Arauca que medía más de 12 metros", según él contaba, entre risas y
picardía, que de manera inverosímil llegó a encontrarse varias veces con
ese animal en los ríos Orinoco, Capanaparo, Cinaruco, Caño Caribe, Caño
Guaritico y hasta en el Cojedes. Por fortuna siempre salió airoso de
esos riesgosos y sorpresivos encuentros.
La razón fundamental para que hoy el caimán del Orinoco se
encuentre en peligro de extinción es su piel, que fue altamente cotizada
para elaboración de diversos productos que terminaron en lujosos
comercios del mundo, exhibidos luego como exclusivas y costosas prendas
de vestir para alimentar el ego de los más ricos.
Mejor suerte han corrido las guacamayas, que aunque
llegaron a un lugar desconocido, lograron su libertad tal vez por el
cansancio de sus cancerberos debido a su ruidoso trinar mañanero, o
porque se escaparon en un descuido al abrir su jaula, o simplemente
terminaron siendo dejadas en libertad.
Y sí, son de tierras lejanas, de la Amazonía; sus colores azul y amarillo así no los confirman (Ara ararauna). Las de estos lares y tierras más cercanas son de color rojo, azul y amarillo (Ara clhoreptera). Las primeras han llegado para quedarse, tanto es así, que han desplazado lentamente a las otras.
Seguramente numerosos serán los nidos que ya por esta época
de inicios de año servirán para seguir reproduciendo la especie. Toda
palma o chaguaramo que encuentren está siendo sigilosa y cuidadosamente
preparado para que esa pareja inseparable en el tiempo saque sus crías
adelante. Las guacamayas nacieron para vivir siempre al lado de la misma
pareja. Ellas son gregarias y fieles a su pareja hasta la muerte. En
trabajo compartido, desde la formación del nido, ven crecer a sus
polluelos para que luego, como ellas, puedan salir a la vida a volar
libres e independientes.
¿Cómo logran alimentarse en esta inmensa y a veces
inhóspita ciudad? Es otra de las cosas en las que decidieron cambiar.
Dejaron atrás al fruto del moriche y demás frutas del bosque para pasar a
ser asiduas visitantes de balcones y ventanas que hoy están abiertas
para ellas. Allí consiguen todo tipo de frutas, panes, arepas, galletas y
hasta resto de exquisita comida que representa un verdadero manjar para
ellas.
Son puntuales, y todos se enteran porque llegan con
algarabía para luego regresar al vuelo que las lleva de un lado a otro
de la ciudad, cruzando calles, avenidas y posándose indistintamente en
árboles, postes, antenas o vallas de anuncios comerciales. También la
ciudad les ofrece mangos, mamones, nísperos, frutos de palma y jabillos,
entre otros.
Pasaron de estar confinadas en esos patios y balcones para
ahora entrar por ellos y alimentarse libremente. Así lo han decidido
muchos caraqueños y caraqueñas que hoy reciben a estas visitantes cada
mañana, cada mediodía o incluso una que otra tarde. Hay que saludar y
felicitar a todos los que hoy sin problema alguno reciben a este exótico
visitante que ya no es un extraño. Es un amigo de la casa, a pesar de
venir de lugares tan remotos. Gracias a la bondad de tantos, estará
garantizada la vida de esta hermosa especie fuera de su medio natural,
donde lamentablemente, hay que decirlo responsablemente, cada día está
más amenazada.
Esta acción de los habitantes de la ciudad denota una
conciencia conservacionista que también debemos poner en práctica frente
a otros problemas ambientales. No olvidemos que la extinción de una
especie es para siempre.
Si te animas a disfrutarlas, observarlas y escucharlas muy
de cerca, date una vuelta entre las 5 y 6 de la tarde por el Paseo de
Los Próceres, y allí, teniendo como fondo también ese par de monolitos
que nos recuerdan el nombre de nuestros héroes nacionales y las batallas
en las que participaron, podrás verlas en pleno vuelo con su canto
desenfrenado de alegría, anunciando que se acerca el anochecer.
La foto de portada es de Carlos Palacios, tomada en Macaracuay, al este de Caracas.
Árboles de San Pedro
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