LOS ÁRBOLES COMO REFUGIOS BRUJOS
Como dice alguien que sabe “en el fondo
lo que todos buscamos es sentirnos a salvo”. Y a lo largo de la vida,
junto a los ventarrones que acompañan todo recorrido existencial,
también brotarán diversos refugios, espacios tan accesibles como
protegidos, dispuestos a alojarnos en momentos decisivos.
Contrario a lo que podríamos suponer,
estas guaridas no requieren de contenernos espacialmente. En muchos
casos un recuerdo específico, una textura o un determinado paisaje
pueden servir como refugio y transmitirnos esa necesaria dosis de
protección.
En mi experiencia, uno de los lienzos
más propensos a cumplir con este papel, el derramar refugios, son los
árboles. Las redes de rincones que se forman en sus copas, la elusiva
ligereza de su follaje y los insinuantes ritmos que imprimen sus ramas,
son configuraciones particularmente fecundas en el arte de abrigarnos.
Si a lo anterior añadimos que los
árboles son seres que probablemente gustan del misterio, y que en su
interacción con otros elementos, por ejemplo los rayos solares, el
viento o la lluvia, adquieren un inusual bagaje metafísico, entonces
basta dedicar unos instantes a observarlos para ubicar incontables
refugios en sus troncos y entre sus ramas.
Sin descartar que la previa hipótesis
esté más cerca del delirio que del lúcido descubrimiento, estas imágenes
sugieren, creo, la posibilidad de que en verdad los árboles actúan como
refugios brujos, espacios discretos pero afables, que no solo pueden
proveernos con ese “sentirnos a salvo”, sino que también,
simultáneamente nos inducen estados de percepción refinada –algo así como los dralas,
esos minúsculos estímulos que, como una especie de glitches epifánicos,
“nos recuerdan una cualidad extravagante de la realidad”, o el espíritu
de las cosas.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis
Imágenes vía Instagram / ParadoxeParadis
Arboles de San Pedro
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